Cuando realizas un dibujo
o una pintura, desde el primer momento y a lo largo de su ejecución vas
contemplando el desarrollo de la misma. Los trazos o las pinceladas pueden
verse y en consecuencia tomas
conciencia, favorable o desfavorable, de
cómo progresa tu obra.
Al ejecutar un grabado,
debes efectuar previamente una serie de trabajos “artesanos” como son la
preparación de la plancha o la aplicación del
barniz, que influirán de manera importante en el resultado final de la obra.
Por otra parte la dificultad de plasmar sobre la plancha el dibujo invertido,
cuyos matices son difíciles de apreciar, generan en el grabador una
incertidumbre sobre el resultado de la obra. Si a ello añadimos el resto de
trabajos posteriores; mordida del ácido, limpieza de la plancha, entintado de
la misma y presión del tórculo, hacen
crecer la incertidumbre del grabador sobre el resultado de la obra.
Por fin y después de
muchas horas de trabajo, retiras el tórculo del papel sobre el que se ha impreso
en trabajo y puedes ver únicamente el reverso del mismo y aumenta la excitación
Solamente en ese momento, en el que das la
vuelta al papel, es cuando contemplas los resultados “satisfacción o decepción”.
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